Batallas Nocturnas

Es difícil encontrar el momento para escribir cuando tenés todo el día ocupado en tediosas obligaciones diarias.
Cuando llegas a tu casa, ya entrada la noche, con la espalda repleta de preguntas y pocas certezas, una nube en tu cabeza se encarga de oscurecerte las ideas.
Todas las cosas que se te habían ocurrido mientras viajabas en el colectivo, mientras tomabas un café o mientras almorzabas, desaparecen. No hay rastros de ellas o sólo parecen frases unidas sin un sentido claro, como vestigios de algo que podría haber llegado a ser hermoso… pero que poco a poco se fue esfumando. La sensación de haber perdido que decir, es simplemente desoladora. Te sentís solo, caminando por lugares vacíos y angustiantes. Muchas veces las ganas de llorar aparecen y pretenden instalarse, ocupar una posición.
En ese preciso momento es cuando uno debe dar la espalda a la hoja en blanco, refugiarse en otras ideas, en otras tempestades. De vez en cuando mirarla de reojo, demostrarle que esta siendo vigilada, que pronto uno va a volver con más fuerza, con más entereza.
Y es entonces cuando, ya entrada la madrugada, hay que sorprenderla. Tirarse sobre ella y comenzar a escribir, sin parar, que las palabras broten solas y configuren ese hermoso cuento, esa exquisita poesía o esa brillante nota.
Doblegarla, no darle tiempo a que reaccione. Vomitarle todas las ideas juntas, insultarla y señalarle que no se le tiene miedo, que ya no puede hacer nada. Que se ha vencido.
Cuando uno levante triunfante la cabeza se dará cuenta que es muy tarde, que todo el mundo duerme y que poco tiempo queda de oscuridad hasta que salga el sol. Tomará conciencia que en pocas horas su humor será fatal, que el día será largo y agotador. Sin embargo, se irá a dormir con una sonrisa cansina, de costado y casi pidiendo permiso. Uno sabrá que detrás de los bostezos, debajo de los litros de cafeína y oculto tras sus malos humores, se esconde el triunfo en una nueva batalla.