Debe haber sido por una fuerte corriente de viento, porque el portazo retumbo por todos lados.
En este lugar hace frío y abunda el hambre. Me siento muy solo y sin embargo, estoy rodeado de gente que está en la misma situación que yo.
Nosotros vemos a los que quedaron adentro, compartimos vagones y semáforos con ellos; pero muchas veces no parecen darse cuenta.
En las plazas dónde ellos juegan, nosotros dormimos. Con los diarios que ellos leen, nosotros nos abrigamos.
De vez en cuando, algunos nos abren las ventanas o bajan las ventanillas. Dura poco y es cuando menos solo me siento.
Pero cuando baja el sol, las puertas vuelven a cerrarse. Por lo general nos juntamos varios de los de afuera y buscamos un lugar donde dormir. Cuando nos acomodamos, hablamos en voz bien alta para no tener que escuchar el ruido de los estómagos, quienes tienen la manía de quejarse.
Alguien me contó que los de adentro, cuando cierran los ojos, piensan en el día de mañana.
Todas las noches, cuando me acuesto sobre cartones, hago la prueba.
Cierro los ojos y trato de pensar en mañana.
Pero la verdad es que por mucho que lo intente, nunca me sale.
En lo único que puedo pensar hasta dormirme es en la puerta cerrada.
